El profeta Ezequiel, tal como lo muestra la escritura, fue un hombre de Dios enviado a hablarles a los gobernantes y a líderes de influencia. Muchas veces les dijo cosas terribles. Realmente los profetas tenían que tener un carácter firme y fuerte para soportar las posibles consecuencias de sus dichos. Los reyes y gobernantes de la época no eran condescendientes, las denuncias contra los gobiernos podía costarle la vida al profeta, literalmente.
En determinado momento Dios le dice:
Ez 7:26
«Vendrá desgracia tras desgracia; malas noticias, una tras otra. «En vano buscarán algún profeta que les haga una revelación; no habrá sacerdotes que los instruyan ni ancianos que les den consejos.»
El contexto es que la nación de Israel se había apartado de los principios que Dios les había dejado. Y luego iban a ocurrir, consecuencia de la desobediencia, sucesos nacionales lamentables. Eso advertía el profeta.
Pero solamente extraigo de ese texto lo que Dios considera realmente crítico para una nación. Es decir, Dios considera que es una desgracia que una nación no tenga profetas, sacerdotes y ancianos que sean una guía de referencia para la nación.
En ocasiones los gobernantes consultaban con los profetas sobre ciertas cuestiones gubernamentales para ver qué decisiones iban a tomar. Es decir, el profeta era una referencia para el gobierno, no era un simple líder religioso, se lo respetaba y se lo escuchaba.
Dios apunta a que los gobernantes tengan un carácter sólido y honestidad en todo lo que hacen.
Pero el Señor apunta a que si no hay líderes con un corazón alineado a lo que Dios le está diciendo a la nación, la misma va a fracasar.
Por ello es que aprecieron estos roles en Israel, es decir, los líderes religiosos no eran solamente personas que les enseñaban cosas lindas a la gente. Sino que eran guías para los gobernantes y la cultura en general.
Los profetas contemporáneos son personas capaces de interpretar el presente y el futuro. No ven solo el contexto de una iglesia local o de una denominación. Ven todo el cuadro completo. Entienden la historia, el presente y el futuro. Comprenden la cultura, la idiosincrasia y el contexto de un país.
Incluso algunos de ellos podrían ser estadistas. No son gobernantes pero son personas que advierten todo lo concerniente al gobierno y a la gestión. Ven a la ciudad y a la nación como un lugar en el que Dios quiere habitar y establecer comunión con los hombres.
La pregunta es: ¿Tenemos hoy profetas a lado de los hombres más influyentes del gobierno? ¿Tenemos ancianos (líderes) que son referentes de la cultura? No me refiero a nuestra subcultura evangélica sino a la cultura en gral.
Los profetas pueden ser hombres molestos porque no siempre dicen lo que agrada. Pero no lo dicen así por ser religiosos o fundamentalistas sino porque están plantados firmes en unos principios inamovibles.
Apuntemos a tener hombres expertos, lúcidos y capaces de advertir, proyectar y diseñar los sucesos futuros. El complejo contexto en el que vivimos hace que incluso muchos líderes mundiales no sepan como reaccionar frente a determinados escenarios. Es entonces donde los profetas emergerán como líderes audaces, que tendrán reuniones privadas con altos líderes globales y locales.
Para marcarles el rumbo y advertirle sobre aquello que precisa ser advertido.
Aunque no todos los gobernantes tengan apego y respeto al cristianismo pueden escuchar la voz autorizada de líderes ilustres, aptos, capaces y conforme al corazón de Dios.
Los sacerdotes y los ancianos están inmersos en la cultura para discipular al individuo y las familias. Lo harán desde diversos ángulos y esferas. No siempre esto se hará desde el púlpito de una iglesia o un espacio religioso.
Lo que no podemos es darnos el lujo de que nuestra nación no tenga profetas, ancianos y sacerdotes que sean guía y referencia para individuos, familias, nuestra cultura, instituciones y gobiernos. Nuestras naciones lo necesitan. Líderes audaces, sabios y con la capacidad de marcar el rumbo de nuestra cultura y nuestros dirigentes.
Omar Sarmiento