Es el 8M y como todos los años aparece el feminismo radical haciendo de las suyas en los distintos países. Vemos violencia, destrozos y vandalismo contra instituciones religiosas.
Veamos un poco. El feminismo surge, mal que nos pese, como consecuencia del mal liderazgo del hombre o de su ausencia. El odio que vemos en las marchas surge como consecuencia de la falta de educación y de amor. ¿Y hay responsabilidad en el hombre? Indudablemente si.
Pero el feminismo radical está sentado en las bases del espíritu de Jezabel. ¿Por qué? Dicho espíritu (cultura) se alimenta del odio, del resentimiento, y de la carencia de afecto y de paternidad.
Jezabel, a lo largo de las escrituras, siempre intentó 4 cosas:
- Eliminar la visión, el liderazgo y la masculinidad del hombre
- Callar la voz profética de los hombres de Dios
- Levantar adoración falsa (ídolos) Apoc.2:20
- Adoctrinar a las generaciones
Por eso el feminismo radical va en contra de los valores cristianos. Las inscripciones «muerte al macho» no son inocentes y van en esa dirección.
Pero recordemos que Jezabel solo se fortalece porque existen Acabs, es decir, personas sin carácter, pasivos, tibios, sin visión y que no saben dar protección.
Este es un modelo que se repite siempre. Donde hay alguien con un espíritu de Jezabel es porque a lado hay alguien con un espíritu pasivo, tibio, pusilánime. Eso aplica para cualquier posición de liderazgo.
Claro que la mujer tiene un rol clave en la sociedad y celebro que tenga lugar de liderazgo. Eso es bueno. El asunto es que una gran cantidad de veces eso ocurre porque los hombres no tomamos el liderazgo que Dios nos dió. Y me incluyo.
Recordemos esto. Muchas feministas, lo que en el fondo buscan, es amor, atención, aceptación. Necesitan ser sanadas de muchas heridas internas. En el uno a uno, con las personas, tenemos que mostrarles amor, a pesar de que nos pueda costar pero es el desafío. Es lo que Jesus nos enseño. Pero en el contexto general tenemos que confrontar a la cultura de Jezabel que intenta callar la voz profética de la iglesia.
Omar Sarmiento